lunes, 20 de abril de 2009

Amores que llegan de siglos atrás

Atractiva investigación a partir de un texto de autor nacional anónimo de 1792.


La Mudita se encarga de que el público se entere de todo el marco histórico-anecdótico-literario que rodea a El amor de la estanciera , una suerte de sainete gauchesco anónimo que, se supone, data de 1792. Ella cuenta el nudo de la historia que este amor encierra, da los perfiles de los personajes y presenta a los actores que la vienen interpretando desde la misma fecha de estreno. Pero la mala suerte hace que en esta función tres de los actores se hayan ausentado, dejando librados a su suerte a los tres restantes. Entre ellos deberán narrar la historia supliendo errores, salvando malentendidos.

Y entonces comienza este "teatro dentro del teatro" en el que Pancha -la madre de la joven casamentera ausente- se despierta en ese rancho de cuatro palos para comenzar el día. A partir de un trabajo en el que surgen insistentes reiteraciones, Pancha cuenta -como puede- el cuento que ha tomado su cuerpo y su voz; lo mismo le sucede a Marcos Figueiras, el pretendiente portugués y desdeñado. Entre los dos se las arreglan para llevar adelante la historia, con la ayuda de los elementos que aporta la mudita. La cuentan, la respetan, la desgranan hasta que logran liberarse de ella. Lo que hacen con alegría, poesía, nostalgia y humor.

Hallazgos

La investigación que llevaron adelante los integrantes del grupo -con la directora Valeria Fadel a la cabeza- les quitó solemnidad a los años transcurridos a tal punto que se atrevieron a cruzarlos con elementos contemporáneos que aparecían precisos para salvar las dificultades que se les presentaban. En ese sentido el grabador con las voces de algunos de los ausentes es un hallazgo. Ver a la madre gritándole a su hija -con la boca pegada al aparato-: "Chepa, a ordeñar... Chepa, a ordeñar" es de una ternura que hasta logra desprender algún lagrimón.

Pancha y Marcos parecen dos niños que juegan, se asustan, se pelean, se amigan y, cuando logran desprenderse "del mandato" de contar la historia, dejan al descubierto los secretos de la teatralidad. En esos juegos también surgen enfrentamientos y contrastes que marcan ciertos rasgos de la identidad nacional -muchas de las claves están en el lenguaje- y el lugar que se le da al extranjero.

La reescritura de la obra, afortunadamente para el espectador, lejos de ser solemne o pretenciosa es amigable, inteligente, curiosa y llamativa. Los tres actores (Gabriela Julis, Pablo Di Croce y Nela Fortunato) cumplen sus roles con entrega, lo que les deja alcanzar grandes momentos. El planteo escenográfico es mínimo, pero muy redituable para la idea que el grupo lleva adelante.

Verónica Pagés, La Nación - 10/04/09

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